Tal vez te ayude esto.
Deepak Chopra El libro de los Secretos
La muerte hace posible la vida
Imagino que si la espiritualidad buscara en la Avenida Madison asesoría para su comercialización, la propuesta se¬ría: "Atemoriza a las personas con la muerte". Esta táctica ha funcionado durante miles de años, porque todo lo que po¬demos ver de la muerte es que una vez que morimos, deja¬mos de estar aquí, y esto provoca un profundo temor. No ha habido época en que las personas no quisieran saber deses¬peradamente qué hay "al otro lado de la vida",
Pero, ¿qué pasaría si no hubiera "otro lado"? Quizá la muerte es relativa, no un cambio total. Después de todo, cada uno de nosotros está muriendo todos los días, y el momento que llamamos muerte es en realidad una extensión de este proceso. San Pablo hablaba de morir para la muerte, refi¬riéndose a tener una fe tan firme en la vida después de la muerte, y en la salvación prometida por Cristo, que la muer¬te perdiera su poder de provocar temor. Pero morir para la muerte es también un proceso natural que ha estado en mar¬cha en las células durante billones de años. La vida está ínti¬mamente entrelazada con la muerte, como podemos ver cada, vez que una célula cutánea es desechada. Este proceso de exfo¬liación es el mismo mediante el cual un árbol deja caer sus hojas -el término latino para "hojas" es folia-, y los biólo¬gos tienden a considerar a la muerte como un mecanismo para la regeneración de la vida.
No obstante, esta perspectiva ofrece poco consuelo cuan¬do la hoja que debe caer del árbol para dar lugar al siguiente retoño es uno mismo. En vez de examinar la muerte desde un punto de vista impersonal, quisiera que nos concentrára¬mos en tu muerte, en el supuesto fin del tú que está vivo en este momento y que quiere seguir estándolo. El prospecto de la muerte personal es un tema que nadie quiere enfrentar; no obstante, si puedo mostrarte cuál es la realidad de tu muerte, podrás vencer toda esa aversión y miedo y prestar más atención tanto a la vida como a la muerte.
Sólo al enfrentar la muerte puedes desarrollar una pasión verdadera por estar vivo. La pasión no es desesperación; no está impulsada por el miedo. Sin embargo, justo en este mo¬mento, muchas personas creen que están arrebatando la vida a las mandíbulas de la muerte, desesperados por el conoci¬miento de que su tiempo en el planeta es muy breve. Pero cuando nos consideramos parte de la eternidad, se termina este arrebatar las migajas de la mesa y en su lugar recibimos la abundancia de la vida, de la que oímos hablar tanto y que pocas personas poseen.
He aquí una pregunta simple: cuando seas abuelo, ya no serás bebé, adolescente ni adulto joven. Cuando llegue el momento de ir al cielo, ¿cuál de estas personas se presentará? Casi todos se sienten totalmente desconcertados cuando se les plantea esta pregunta, pero no es vana. La persona que eres hoy no es la misma que cuando tenías diez años. Sin duda, tu cuerpo es completamente distinto al del niño de diez años. Ninguna de las moléculas de tu cuerpo es la misma, ni tampoco tu mente. Sin lugar a dudas, no piensas como un niño.
En esencia, el niño que fuiste está muerto. Desde la pers¬pectiva del niño de diez años, el bebé de dos años que alguna vez fuiste también está muerto. La razón por la cual la vida parece continua es que tienes recuerdos y deseos que te unen al pasado, pero éstos asimismo están cambiando siempre. Así como tu cuerpo viene y va, tu mente lo hace con sus pensa¬mientos y emociones fugaces.
Sólo la conciencia contempladora puede ser considerada como ese observador: sigue siendo la misma mientras todo lo demás cambia. El espectador u observador de la experien¬cia es el yo a quien ocurren todas las experiencias. Sería in¬útil aferrarte a quien eres en este momento en función del cuerpo y la mente. (Las personas se sienten desconcertadas cuando piensan cuál yo llevarán al cielo porque imaginan a un yo ideal que irá ahí o un ser que han prendado a su ima¬ginación. Sin embargo, en cierto nivel todos sabemos que nunca hubo una edad que pareciera ideal.) La vida necesita refrescarse. Necesita renovarse. Si pudieras vencer la muerte y seguir siendo quien eres -o quien eras en el que conside¬ras el mejor momento de tu vida- lo único que lograrías sería momificarte.
A cada momento estás muriendo para poder seguir creán¬dote.
Ya hemos visto que no estás en el mundo; el mundo está en ti. Éste, el principio fundamental de la realidad única, tam¬bién significa que no estás en tu cuerpo; tu cuerpo está en ti. No estás en tu mente; tu mente está en ti. No hay lugar en el cerebro donde pueda encontrarse una persona. Tu cerebro no consume ni una molécula de glucosa para mantener tu sentido del yo, pese a los millones de estallidos sinápticos que sustentan todas las cosas que el yo está haciendo en el mundo.
Así, aunque decimos que el alma deja el cuerpo de una persona en el momento de la muerte, sería más correcto de¬cir que el cuerpo deja al alma. El cuerpo ya está yendo y vi¬niendo; ahora se va sin regresar. El alma no puede irse porque no tiene dónde ir. Esta proposición tan radical necesita ex¬plicación, pues si no vas a ningún lado cuando mueres, ya debes estar ahí. Es una de las paradojas de la física cuántica cuya comprensión depende de saber de dónde provienen las cosas por principio de cuentas.
A veces planteo a las personas preguntas como: "¿Qué comiste ayer?" Cuando responden: "Ensalada de pollo" o "Bis¬tec", yo les pregunto: "¿Dónde estaba ese recuerdo antes de que te preguntara?" Como ya vimos, no hay una imagen de ensa¬lada de pollo o de bistec impresa en tu cerebro, ni sabores u olores de comida. Cuando traes un recuerdo a la mente, con¬cretas un acontecimiento. Las explosiones sinápticas produ¬cen el recuerdo, repleto de imágenes, sabores y aromas si así lo deseas. Antes de concretarlos, los recuerdos no están cir¬cunscritos, lo que significa que no tienen un lugar; son parte de un campo potencial de energía o inteligencia. Esto es, tú tienes el potencial de la memoria, que es infinitamente más vasto que un recuerdo individual, pero imperceptible. Di¬cho campo se extiende de manera invisible en todas direc¬ciones; las dimensiones ocultas de las que hemos hablado pueden entenderse como distintos campos inmersos en un campo infinito, que es el ser.
Tú eres el campo.
Todos cometemos un error al identificamos con los acon¬tecimientos que vienen y van en el campo: son momentos, accidentes aislados en que el campo se concreta momentá¬neamente. La realidad subyacente es potencial puro, que tam¬bién recibe el nombre de alma. Sé que esto suena muy abstracto, y los antiguos sabios de India lo sabían también. Contemplando la creación, que está llena de objetos de los sentidos, forjaron un término especial, akasha, para referirse al alma. La palabra akasha significa literalmente "espacio” pero en un sentido amplio se refiere al espacio del alma, el campo de la conciencia. Cuando mueres no vas a ninguna parte porque ya estás en la dimensión del akasha, que está en todas partes. (En la física cuántica, la partícula subatómica más diminuta está en todas partes en el espacio-tiempo an¬tes de ser localizada como partícula. Su existencia no circuns¬crita es, igualmente real, pero invisible.)
Imagina una casa con cuatro paredes y un techo. Si la casa se incendia, las paredes y el techo se vienen abajo. Pero el espacio interior no se modifica. Puedes contratar a un ar¬quitecto para que diseñe una casa nueva, y luego de que la construyas, el espacio interior seguirá sin modificarse. Al construir una casa sólo estás dividiendo el espacio ilimitado en, dentro y fuera. Esta división es una ilusión. Los antiguos sabios decían que tu cuerpo es como esa casa. Se construye cuando naces y se incendia cuando mueres, pero el akasha, o espacio del alma, sigue inmutable; sigue siendo ilimitado.
Según estos antiguos sabios, la causa de todo sufrimiento, de acuerdo con el primer klesha, es no saber quiénes somos. Si estamos en el campo ilimitado, la muerte no es en absoluto eso que hemos temido.
El propósito de la muerte es que te imagines con una nueva forma y una nueva ubicación en el tiempo y el espacio.
En otras palabras, tú te imaginas en esta vida específica, y al morir te sumerges de nuevo en lo desconocido para ima¬ginar tu siguiente forma. No considero que ésta sea una con¬clusión mística (en parte porque he conversado con físicos que apoyan esta posibilidad con base en su conocimiento de la no circunscripción de la energía y las partículas), pero no es mi intención convertirte a la creencia en la reencarnación. Sólo estamos siguiendo a una realidad hasta su fuente ocul¬ta. Justo ahora estás creando pensamientos nuevos al con¬cretar tu potencial; así, parece razonable que el mismo proceso haya producido a quien eres ahora.
Tengo una televisión con control remoto, y cuando opri¬mo un botón puedo cambiar de CNN, a MTV o a PBS. Mientras no accione el control remoto, esos programas no existen en la pantalla; es como si no existieran en absoluto. No obstan¬te, sé que cada programa, entero e intacto, está en el aire como vibraciones electromagnéticas que esperan ser seleccionadas. Del mismo modo, tú existes en akasha antes de que tu cuerpo y mente sintonicen la señal y la manifiesten en el mundo tridimensional. Tu alma es como los múltiples canales dis¬ponibles en la televisión; tu karma -o acciones- sintoniza el programa. Aunque no creas en una o en el otro, puedes advertir la asombrosa transición de un potencial que flota en el espacio -como los programas de televisión- a un acontecimiento categórico en el mundo tridimensional.
Entonces, ¿cómo será la muerte? Tal vez sea como cam¬biar de canal. La imaginación seguirá haciendo lo que siem¬pre ha hecho: proyectar imágenes nuevas en la pantalla. Algunas tradiciones creen que cuando una persona muere, ocurre un proceso mediante el cual revive su karma para entender cuál fue el meollo de esta vida y prepararse para establecer un nuevo acuerdo espiritual para la siguiente. Se dice que en el momento de la muerte, la persona ve pasar toda su vida, no a la velocidad del rayo -como experimen¬tan quienes se están ahogando- sino lentamente y con plena comprensión de cada una de las elecciones hechas desde su nacimiento.
Si estás condicionado a pensar en términos de cielo e in¬fierno, tu experiencia será ir a uno u otro. (Recuerda que la concepción cristiana de esos lugares no es igual en la versión islámica, ni a los miles de lokas del budismo tibetano, que contempla una multitud de mundos después de la muerte.) El mecanismo creativo de la conciencia producirá la expe¬riencia de ese otro lugar, mientras que para una persona que hubiera llevado la misma vida con un sistema de creencias distinto, esas imágenes podrían parecer un sueño extático, la representación de fantasías colectivas -como un cuento de hadas- o el desarrollo de temas de la infancia.
Pero si fueras a otro mundo después de la muerte, ese mundo estará en ti tanto como éste. ¿Eso significa que cielo e infierno no son reales? Asómate por la ventana y mira un árbol. No tiene otra realidad excepto como un acontecimiento en el espacio-tiempo concretado a partir del potencial infi¬nito del campo. En consecuencia, podemos decir que cielo e infierno son tan reales como ese árbol, e igualmente irreales.
La ruptura absoluta entre la vida y la muerte es una ilu¬sión.
Lo que preocupa a las personas ante la pérdida del cuerpo es que parece una ruptura o interrupción terrible. Esta inte¬rrupción se concibe como desaparecer en el vacío; es la ex¬tinción total de la persona. Pero esta perspectiva, que suscita un miedo terrible, está limitada al ego. El ego ansía la conti¬nuidad; quiere sentirse hoy como una extensión de ayer. Sin esa cuerda para asirse, el viaje de un día al siguiente parece¬ría inconexo, o al menos eso es lo que teme el ego. Pero, ¿qué tanto te traumatiza concebir una imagen o un deseo nue¬vos? Te sumerges en el campo de las posibilidades infinitas en búsqueda que cualquier pensamiento nuevo, y vuelves con una imagen de los trillones de ellas que podrían existir. En ese momento ya no eres la persona que eras un segundo atrás. Por lo tanto, estás aferrándote a una ilusión de continuidad. Renuncia a ella en este momento y cumplirás la sentencia de San Pablo: morir para la muerte. Comprenderás que has sido discontinuo todo el tiempo: has cambiado constantemente, y constantemente te has sumergido en el océano de posibili¬dades para engendrar algo nuevo.
La muerte puede considerarse una ilusión completa por¬que ya estás muerto. Cuando piensas en quién eres en térmi¬nos del yo, te remites a tu pasado, un tiempo que ya no existe. Los recuerdos son reliquias de un tiempo ido. El ego se man¬tiene intacto mediante la repetición de lo que ya sabe. Pero la vida es, de hecho, desconocida, como debe ser si queremos concebir nuevos pensamientos, deseos y experiencias. Si eli¬ges repetir el pasado, impides que la vida se renueve.
¿Recuerdas la primera vez que probaste un helado? Si no, observa a un niño pequeño en su primer encuentro con un cono de helado. Su mirada te dirá que está perdido en el éx¬tasis puro. Pero el segundo cono de helado, aunque el niño ruegue y patalee por él, es un poco menos maravilloso que el primero. Cada repetición palidece gradualmente porque cuando se vuelve a lo conocido, es imposible experimentarlo por vez primera. Hoy, por más que te guste el helado, la ex¬periencia de comerlo se ha convertido en un hábito. La sen¬sación del gusto no ha cambiado, pero tú sí. El acuerdo que estableciste con tu ego -mantener al yo recorriendo los sen¬deros de siempre- fue un mal acuerdo. Has elegido lo opues¬to a la vida, que es la muerte.
Técnicamente, hasta el árbol que ves por tu ventana es una imagen del pasado. En el momento en que lo ves y lo procesas en tu cerebro, el árbol ya avanzó en el nivel cuántico, fluyendo con el tejido vibrante del universo. Para estar ple¬namente vivo debes sumergirte en el ámbito no circunscri¬to, donde nacen las experiencias nuevas. Si desechas la idea de estar en el mundo te darás cuenta de que siempre has vi¬vido desde ese lugar discontinuo, no circunscrito, llamado alma. Cuando mueras entrarás al mismo lugar desconocido, y entonces tendrás una buena oportunidad de sentir que nunca estuviste más vivo.
¿Por qué esperar? Tú puedes estar tan vivo como quieras mediante un proceso conocido como rendición. Es el siguien¬te paso para vencer a la muerte. En lo que va de este capítulo, la línea entre la vida y la muerte se ha desdibujado tanto que casi desaparece. La rendición es el acto de borrar la línea por completo. Cuando te veas como el ciclo total de muerte en la vida y vida en la muerte, entonces te habrás rendido, la he¬rramienta mística más poderosa contra el materialismo. En el umbral de la realidad única, el místico renuncia a toda necesidad de límites y se sumerge directamente en la exis¬tencia. El círculo se cierra, y el místico se experimenta a sí mismo como la realidad única.
Rendirse es...
Atención plena.
Apreciación de la riqueza de la vida.
Abrirte a lo que está frente a ti.
No juzgar.
Ausencia de ego.
Humildad.
Ser receptivo a todas las posibilidades. Permitir el amor.
La mayoría de las personas cree que la rendición es un acto difícil, si no imposible. Connota rendirse a Dios, algo que pocos, salvo los más santos, pueden enfrentar. ¿Cómo podemos identificar si el acto de la rendición ha ocurri¬do? "Estoy haciendo esto por Dios" suena ejemplar, pero una cámara de vídeo colocada en el ángulo superior de alguna habitación no podría distinguir entre un acto realizado por Dios y el mismo acto realizado sin pensar en Dios.
Es mucho más fácil realizar la rendición por ti mismo y dejar que Dios se manifieste si así lo desea. Ábrete a una pin¬tura de Rembrandt o de Monet, que es, al fin y al cabo, una creación tan gloriosa como cualquiera. Préstale toda tu aten¬ción. Aprecia la profundidad de la imagen y el cuidado en su ejecución. Ábrete a lo que está frente a ti y no permitas dis¬tracciones. No juzgues de antemano que la pintura deba gustarte porque te han dicho que es maravillosa. No te fuerces a responder para parecer inteligente o sensible. Permite que la pintura sea el centro de tu atención, que es la esencia de la humildad. Sé receptivo a cualquier reac¬ción que puedas tener. Si todos estos pasos de la rendición están presentes, un gran Rembrandt o Monet despertará amor porque el artista simplemente está ahí, en toda su hu¬manidad.
La rendición no es difícil en presencia de esta humani¬dad. Las personas son más difíciles, pero la rendición a al¬guien sigue los mismos pasos que hemos enumerado. Quizá la próxima vez que te sientes a cenar con tu familia decidas concentrarte en un solo paso de la rendición, como prestar plena atención o no juzgar.
Elige el paso que te parezca más sencillo o, mejor aún, el que sepas que has excluido. La mayoría negamos la humil¬dad cuando nos relacionamos con nuestras familias. ¿Qué significa ser humilde con un niño, por ejemplo? Significa considerar su opinión igual a la tuya. En el nivel de la con¬ciencia, es igual; tu ventaja de años como padre de familia sentado a la mesa no refuta este hecho. Todos fuimos niños, y lo que entonces pensamos tuvo todo el peso y la importancia que tiene la vida a cualquier edad, y quizá más. El secreto de la rendición es que la realices en tu interior) sin tratar se satisfacer a nadie más.
Tarde o temprano, todos llegamos a la inquietante pre¬sencia de una persona longeva, débil o moribunda. En esta situación son posibles los mismos pasos de la rendición. Si los sigues, la belleza de una persona agonizante es tan evi¬dente como la de un Rembrandt. La muerte inspira una cla¬se de asombro que puedes alcanzar cuando vas más allá de la reacción automática del miedo. Hace poco percibí esta sen¬sación de asombro cuando supe de un fenómeno biológico que respalda la noción de que la muerte está completamente entrelazada con la vida. Resulta que nuestros cuerpos han encontrado ya la clave de la rendición.
El fenómeno se llama apoptosis. Esta extraña palabra, com¬pletamente nueva para mí, nos lleva a un profundo viaje místico. Al volver de él, encontré que mis percepciones sobre la vida y la muerte cambiaron. Al consultar apoptosis en una fuente de Internet, obtuve 357000 entradas, y la primera de ellas definía la palabra en tono bíblico: "Para cada célula hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir”.
La apoptosis es la muerte programada de las células, y aunque no nos damos cuenta, todos morimos diariamente, de manera puntual, para mantenernos vivos. Las células mueren porque quieren hacerlo. Una célula invierte minu¬ciosamente el proceso de nacimiento: se encoge, destruye sus proteínas básicas y desmonta su propio ADN. En su superficie aparecen burbujas cuando abre sus puertas al mundo exte¬rior y expele todas las sustancias químicas vitales, que serán devoradas por glóbulos blancos cual si fueran microbios in¬vasores. Cuando el proceso está terminado, la célula se ha disuelto sin dejar rastro.
Es imposible no sentirse conmovido por este detallado relato del sacrificio tan cuidadoso y metódico de una célula. No obstante, la parte mística está todavía por venir. La apoptosis no es, como podría suponerse, un método para deshacerse de células enfermas o viejas. El proceso nos dio la vida. En el vientre materno todos atravesamos etapas primi¬tivas de desarrollo en las que tuvimos colas de renacuajo, branquias de pez, membranas entre los dedos y, por increí¬ble que parezca, demasiadas neuronas. La apoptosis se hizo cargo de estos vestigios indeseables. En el caso del cerebro, el bebé recién nacido establece las conexiones neurales necesa¬rias eliminando el tejido cerebral excesivo con el que todos nacemos. (Los neurólogos se sorprendieron al descubrir que el momento en que nuestro cerebro cuenta con un mayor número de células es al nacer, y que éstas deben reducirse por millones para que la inteligencia más elevada pueda te¬jer su delicada red de conexiones. Durante mucho tiempo se pensó que la muerte neuronal constituía un proceso patoló¬gico relacionado con el envejecimiento, pero ahora todo el asunto debe reconsiderarse.)
No obstante, la apoptosis no termina en el vientre mater¬no. Nuestros cuerpos siguen prosperando gracias a la muer¬te. Las células inmunes que tragan y consumen a las bacterias invasoras se volverían contra los tejidos del cuerpo si no pro¬vocaran la muerte entre sí y se volvieran contra ellas mismas con los mismos venenos utilizados con los invasores. Cuan¬do una célula detecta que su ADN está dañado o es defectuo¬so, sabe que el cuerpo padecería si ese defecto se transmitiera.
Por fortuna, cada célula porta un gene tóxico conocido como p53 que puede activar para provocarse la muerte.
Estos casos apenas son una mínima muestra. Los anato¬mistas saben desde hace mucho que las células de la piel mueren en unos pocos días, que las células de la retina, de la sangre y el estómago también tienen programadas vidas cor¬tas para que sus tejidos puedan reponerse rápidamente. Cada una muere por una razón específica. Las células de la piel deben mudarse para que ésta se mantenga flexible y no se convierta en una rígida armadura; las células del estómago mueren en la potente combustión química que digiere los alimentos.
La muerte no puede ser nuestra enemiga si hemos de¬pendido de ella desde que estábamos en el vientre materno. Considera esta paradoja: el cuerpo es capaz de repudiar la muerte y producir células que vivan por siempre. Estas no secretan p53 cuando detectan defectos en su ADN. Por el con¬trario; renuentes a dictar su propia sentencia de muerte, es¬tas células rebeldes se dividen de manera incesante e invasora. El cáncer, la más temida de las enfermedades, resulta del re¬pudio del cuerpo hacia la muerte, mientras que el suicidio programado es su boleto a la vida. Ésta es la paradoja de la vida y la muerte encaradas frente a frente. La idea mística de morir cada día resulta el hecho más concreto del cuerpo.
Esto significa que somos sumamente sensibles al equili¬brio de las fuerzas positivas y negativas, y cuando este equili¬brio se pierde, la respuesta natural es la muerte. Nietzsche señaló que los seres humanos son las únicas criaturas que deben ser exhortadas a permanecer con vida. Él no podía saber que esto es literalmente cierto. Las células reciben se¬ñales positivas que les dan la instrucción de permanecer vi¬vas, sustancias químicas llamadas factores de crecimiento e interleukin-2. Si estas señales positivas dejan de enviarse, la célula pierde su voluntad de vivir. Como el beso de la muerte en la mafia, la célula puede recibir mensajeros que se adhie¬ren a sus receptores externos para anunciarle que la muerte ha llegado. De hecho, a estos mensajeros químicos se les co¬noce como "activadores de la muerte':
Meses después de escribir este párrafo, conocí a un profe¬sor de medicina en Harvard, quien descubrió un hecho sor¬prendente. Hay una sustancia en las células cancerígenas que activa nuevos vasos sanguíneos para proveerse de alimento. La investigación médica se ha concentrado en descubrir cómo bloquear esta sustancia desconocida de manera que los tu¬mores carezcan de alimento y mueran. El profesor descu¬brió que la sustancia exactamente opuesta provoca toxemia en las mujeres embarazadas, la cual puede ser letal. "¿Se da cuenta de lo que esto significa?", dijo profundamente admi¬rado. "El cuerpo puede liberar sustancias químicas haciendo malabarismos con la vida y la muerte, pero la ciencia ha ig¬norado totalmente a quien realiza los malabarismos. ¿No es cierto que el secreto de la salud reside en esa parte de noso¬tros, y no en las sustancias químicas utilizadas?" El hecho de que la conciencia pudiera ser el ingrediente faltante, el factor X tras bambalinas, vino a él como una revelación.
Los místicos también aquí se adelantaron a la ciencia, pues en muchas tradiciones místicas leemos que todas las perso¬nas mueren en el momento justo y que saben de antemano qué momento será ése. Pero me gustaría examinar con más profundidad el concepto de muerte diaria, una elección que todos pasamos por alto. Yo quiero verme como la misma persona día tras día para preservar mi sentido de identidad; quiero habitar el mismo cuerpo todos los días porque es de¬masiado extraño pensar que me está abandonando constan¬temente.
Sin embargo, debe hacerlo para que yo no sea una momia viviente. Al seguir el complejo programa de la apoptosis, re¬cibo un cuerpo nuevo por el mecanismo de la muerte. Este proceso es tan sutil que pasa inadvertido. Los niños de dos años no cambian su cuerpo por uno nuevo cuando cumplen tres. Todos los días tienen el mismo cuerpo, y a la vez otro. Sólo el proceso constante de renovación -un don que nos da la muerte- le permite mantener el paso de cada etapa de desarrollo. Lo maravilloso es que uno se siente la misma per¬sona durante este cambio incesante.
A diferencia de lo que ocurre con la muerte celular, soy consciente de cuándo nacen y mueren mis ideas. Para res¬paldar el paso del pensamiento infantil al pensamiento adulto, la mente debe morir todos los días. Mis ideas más preciadas mueren y nunca reaparecen; mis experiencias más intensas se consumen en sus propias pasiones; mi respuesta a la pre¬gunta "¿Quién soy?" cambió completamente de los dos a los tres años, de los tres a los cuatro, y así durante el transcurso de la vida.
Comprendemos la muerte cuando desechamos la ilusión de que la vida debe ser continua. Toda la naturaleza tiene un ritmo; el universo muere a la velocidad de la luz, pero se las arregla para crear este planeta y las formas de vida que lo habitan. Nuestros cuerpos mueren a muchas velocidades dis¬tintas a la vez, empezando con los fotones y siguiendo con la disolución química, la muerte celular, la regeneración de te¬jidos y, finalmente, la muerte de todo el organismo. ¿Qué es lo que nos produce tanto miedo?
Creo que la apoptosis nos rescata del miedo. La muerte de una sola célula no afecta al cuerpo. Lo que cuenta no, es el acto sino el plan: un proyecto global controla el equilibrio de señales positivas y negativas a las que todas las células res¬ponden. El plan está más allá del tiempo porque se remonta a la construcción misma del tiempo. El plan va más allá del espacio porque está en cada lugar del cuerpo y en ninguno a la vez. Cada célula se lleva consigo el plan cuando muere, pero aun así, el plan sobrevive.
En la realidad única, las discusiones no se resuelven op¬tando por una de las partes; ambos argumentos son igual¬mente verdaderos. Así pues, no me cuesta admitir que lo que ocurre después de la muerte es invisible para los ojos y no puede demostrarse como un suceso material. Reconozco sin dudarlo que normalmente no recordamos las vidas pasadas y podemos vivir muy bien sin conocerlas. Sin embargo, no comprendo cómo alguien puede seguir siendo materialista después de ver la apoptosis en acción. El argumento en con¬tra de la vida después de la muerte sólo parece convincente si ignoramos todo lo que hemos descubierto sobre células, fotones, moléculas, pensamientos y el cuerpo entero. Cada nivel de existencia nace y muere según su propio programa, que va de menos de una millonésima de segundo al proba¬ble renacimiento de un nuevo universo dentro de billones de años. La esperanza que yace más allá de la muerte provie¬ne de la promesa de la renovación. Si te identificas apasiona¬damente con la vida, y no con el desfile efímero de formas y fenómenos, la muerte adopta su posición legítima como agente de la renovación. En uno de sus poemas, Tagore se pregunta: "¿Qué ofrecerás / cuando la muerte toque a tu puer¬ta?" Su respuesta refleja la alegría serena de quien se ha ele¬vado sobre el miedo que rodea a la muerte:
La plenitud de mi vida:
El vino dulce de los días de otoño y las noches de verano, mi modesto tesoro recogido a lo largo de los años, y horas colmadas de vida.
Ése será mi regalo
Cuando la muerte toque a mi puerta.
CAMBIA TU REALIDAD PARA ALBERGAR EL DÉCIMO SECRETO
El décimo secreto dice que la vida y la muerte son naturalmente compatibles. Tú puedes hacer tuyo este secreto des¬pojándote de una imagen de ti mismo perteneciente al pasa¬do: una especie de exfoliación de tu propia imagen. El ejerci¬cio es muy sencillo: siéntate con los ojos cerrados e imagína¬te como un niño. Utiliza la mejor imagen que recuerdes de un bebé, y si no recuerdas una, invéntala.
Asegúrate de que el bebé está despierto y alerta. Llama su atención y pídele que te vea a los ojos. Cuando hayan hecho contacto, sólo mírense un momento hasta que ambos se sien¬tan tranquilos y conectados entre sí. Ahora invita al bebé a unirse a ti y mira la imagen desvanecerse lentamente en el centro de tu pecho. Si quieres, puedes visualizar un campo de luz que absorbe la imagen, o simplemente un sentimien¬to cálido en tu corazón.
Ahora imagínate como un niño pequeño. De nuevo, esta¬blece contacto, y una vez que lo hayas hecho, pide a esa ver¬sión que se una a ti. Repite el procedimiento con cualquier tú anterior que desees evocar. Si tienes recuerdos especial¬mente vívidos de cierta edad, permanece ahí más tiempo, pero el objetivo último es que veas a todas las imágenes des¬vanecerse y desaparecer.
Continúa hasta tu edad actual, y entonces imagínate en etapas de mayor edad. Termina con dos imágenes finales: tú como una persona muy longeva y tú en el lecho de muer¬te. En cada caso establece contacto y absorbe esas imáge¬nes.
Cuando tu imagen de moribundo haya desaparecido, per¬manece sentado tranquilamente y siente lo que resta. Nadie puede imaginar realmente su propia muerte porque, aun si llegaras al extremo -demasiado horripilante para muchos¬ de verte como un cadáver colocado en la tumba que se des¬compone en sus elementos, el testigo permanecerá. La vi¬sualización de uno mismo como cadáver es un antiguo ejercicio tántrico de India, y lo he puesto en práctica con los grupos que dirijo. Casi todos entienden el meollo, que no tiene nada que ver con lo horripilante: al ver que cada vesti¬gio terrenal tuyo se desvanece, comprendes que nunca lo¬grarás extinguirte. La presencia del testigo, superviviente supremo, señala el camino más allá de la danza de la vida y la muerte.
Ejercicio 2: morir conscientemente
Como todas las experiencias, la muerte es algo que creas y algo que te ocurre. En muchas culturas orientales hay 'una práctica llamada "muerte consciente", en que la persona participa activamente en la configuración del proceso de muer¬te. Mediante la oración, rituales, medicación y asistencia de los vivos, el moribundo inclina la balanza de "Experiencia que me está ocurriendo" a "Yo estoy creando esta experiencia_
En Occidente no contamos con una tradición de muerte consciente. De hecho, dejamos solos a los moribundos en hospitales impersonales donde la rutina es fría, terrorífica y deshumanizadora. Hay mucho por cambiar en este aspecto. Lo que puedes hacer personalmente en este momento es di¬rigir tu conciencia al proceso de muerte, liberándolo de la ansiedad y el temor excesivos.
Piensa en alguien cercano a ti, mayor de edad y cercan0 a la muerte. Mírate en la habitación con esa persona (puedes imaginar la habitación si no sabes exactamente dónde está_. Colócate dentro de su mente y su cuerpo. Obsérvate en de¬talle: siente la cama, mira la luz que entra por la ventana, rodéate con los rostros de familiares, médicos y enfermeras, si los hay.
Ahora ayuda a la persona en el cambio de enfrentar pasi¬vamente la muerte a crear activamente la experiencia. Escúchate hablando con voz normal; no hay necesidad de ser solemne. Reconforta y tranquiliza, pero concéntrate prin¬cipalmente en cambiar la conciencia de la persona de "Esto me está ocurriendo" a "Yo estoy haciendo esto". Hay muchos temas de los que se puede hablar (los he escrito en segunda persona, como si se tratara de un amigo cercano):
Creo que has tenido una vida maravillosa. Cuéntame las mejores cosas que recuerdes.
Puedes estar orgulloso de haberte convertido en una bue¬na persona.
Has despertado mucho amor y respeto.
¿A dónde te gustaría ir ahora?
Dime qué sientes sobre lo que está ocurriendo. ¿Cómo lo cambiarías si pudieras?
Si estás arrepentido de algo, háblame de ello. Te ayudaré a liberarte de ese sentimiento.
No tienes necesidad de sentir pesar. Te ayudaré a liberarte del que aún sientas.
Mereces estar tranquilo. Has realizado bien tu trayecto, y ahora que lo has concluido, te ayudaré a volver a casa.
No creerás esto, pero te envidio. Estas a punto de ver qué hay detrás de la cortina.
¿Hay algo que quieras para tu viaje?
Es posible, por supuesto, abordar estos temas en el lecho de alguien que en verdad está muriendo. Pero una conversa¬ción imaginaria es una buena manera de explorar en ti. El proceso no debe ser superficial ni apresurado: cada tema podría extenderse durante una hora. Para estar realmente comprometido, necesitarás sentir que estás prestándote mu¬cha atención. Este ejercicio suscitará sentimientos encontra¬dos, pues todos experimentamos miedo y pesar ante la muer¬te. Si alguien en tu vida murió antes de que pudieras despedirte como hubieras querido, imagínate hablando con esa persona sobre los temas que acabo de enumerar. El ám¬bito donde la vida y la muerte se funden está siempre con nosotros, y al prestarle atención te conectas con un aspecto inestimable de la conciencia. Morir con plena conciencia re¬sulta totalmente natural si has vivido con plena conciencia.
SALUDOS.